El sábado, 10 de diciembre 2022, los senderistas de Tierra quedamos un poco lejos de casa, en el párquing de Sepúlveda. No salíamos de nuestro asombro al ver que no llovía a cántaros en una semana en el agua y sus efectos eran noticia en los telediarios.
¿Has hecho algún conjuro para que no llueva? no contesté esa pregunta, mirando para arriba a un cielo gris que nos amenazaba. ¿Llevamos bastones? esa sí la contesté: “mejor el paragüas”.
Iniciamos nuestra ruta por un tramo de carretera que nos condujo, por caminos entre pinares y tierras de labranza, hasta Villar de Sobrepeña. Allí tomamos el arroyo de Valdemuel, en las paredes de cañon de este olvidado arroyo, empezamos a ver lo que el agua es capaz de hacer en la roca con el paso de los años.
Entramos a las hoces del Río Duratón a la altura del puente del Villar. Y recorrimos el profundo cañón que, en algunos lugares, alcanza más de 100 metros de desnivel. Nuevamente tuvimos que mirar para arriba, pero esta vez para admirar los farallones rocosos en los que anidan un sin número de buitres leonados.
En el Puente de Talcano dimos cuenta de nuestro bocata e hicimos planes para el año que viene: ¿un fin de semana en Muniellos?, ¡¡que sean tres días por lo menos!!
Ya en Sepúlveda hicimos una parada obligada en el mirador de la Virgen de la Peña y compramos tortas de anís y nos tomarnos un café.
Al atardecer nos acercamos en coche a la ermita románica de San Frutos, para sacar las reconocibles fotos de las hoces, y darnos nuevamente cuenta de lo pequeños que somos y del inmenso poder que tiene el agua, en una semana en que por unas horas a nosotros nos dejó disfrutar de su belleza mientras otros luchaban contra ella.
Una maravilla de lugar. Gracias Ibón por llevarnos!